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Hacia una producción ética de los alimentos: diversidad biológica, seguridad alimentaria y ciencia

Autor: Alejandro Monteagudo

¿Qué podemos hacer para satisfacer, de manera adecuada y suficiente, la demanda de alimentos de calidad, para cumplir con el derecho humano a la alimentación, sin afectar al medio ambiente y la diversidad biológica? 

La satisfacción de las necesidades alimentarias de una creciente población mundial es, sin duda, uno de los grandes retos que enfrenta la humanidad. Según proyecciones de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el mundo rebasará los 9 mil cien millones de habitantes para 2050, lo cual implica, o mejor dicho exige, que para ese año la producción de alimentos deberá aumentar, al menos, un 70%. Pero, más allá de las cifras económicas y comerciales, ¿qué significa producir más alimentos en un mundo en el que el cambio en el uso de la tierra —entre otras razones, por la expansión de la frontera agrícola— y la sobreexplotación de animales, plantas y otros organismos han sido identificados como factores que inciden en la pérdida de la diversidad biológica?  

La diversidad biológica es esencial para la producción de alimentos. De animales y plantas terrestres y acuáticos, así como de microorganismos y hongos, obtenemos numerosos alimentos para consumo humano directo o para procesamiento. Del mismo modo, genes, especies y ecosistemas aportan condiciones favorables para la agricultura; sin embargo, la biodiversidad está desapareciendo. El tema de la diversidad biológica y la producción de alimentos es de importancia mundial, pero adquiere especial relevancia en un país como México, uno de los principales productores de alimentos y a la vez un lugar megadiverso; hogar de especies endémicas; centro de origen y diversidad genética de cultivos como el maíz, el tomate o el frijol.  

Es obligado señalar que, en aras de garantizar una discusión lo más objetiva posible, al hablar de la presión negativa que la agricultura puede ejercer en la conservación de la biodiversidad debemos evitar la demonización de esa importante actividad y de quienes se dedican a ella. Aunque claro está que debe realizarse con responsabilidad, pensando no solamente en las generaciones presentes y futuras, sino también en las posibles afectaciones a los demás seres vivos y a todos los elementos abióticos necesarios para la vida, que forman parte de los ecosistemas. Esta situación representa la problemática central de la Ética ambiental, como apunta José Sarukhán, y consiste en determinar la responsabilidad del ser humano por el impacto de sus actividades en los ecosistemas, por lo que las mismas son susceptibles de juicios morales y éticos.  

 Ahora bien, tanto la seguridad alimentaria —vista como elemento del derecho humano a un nivel de vida adecuado— como la conservación de la diversidad biológica y el crecimiento económico son elementos del desarrollo sustentable, hacia el cual debemos orientar nuestras conductas. Se nos presentan entonces varias preguntas. La primera: ¿qué podemos hacer para satisfacer, de manera adecuada y suficiente, la demanda de alimentos de calidad, para cumplir con el derecho humano a la alimentación, sin afectar al medio ambiente y la diversidad biológica? Por supuesto, como sociedad hemos de optar, a través de normativas y políticas públicas que aborden las preocupaciones bioéticas, por la adopción de esquemas de producción agrícola que sean realmente sostenibles.  

 La segunda pregunta: ¿cómo podemos lograrlo? En mi opinión, además de prácticas agrícolas de conservación, como la labranza cero y la rotación de cultivos, este camino pasa por la Ciencia y la técnica. Éstas deben favorecer la innovación para una agricultura sustentable. Después de todo, el acceso a los beneficios de la Ciencia es igualmente un derecho fundamental, por lo que cada individuo, en ejercicio de su autonomía, tiene derecho a decidir qué tecnologías usar; pero siempre debe hacerlo condicionado, evidentemente, a tecnologías sustentables y a su uso responsable, en los términos ya expuestos.  

 Por supuesto que, al ser la Ciencia un producto de la actividad humana, no puede escapar a los juicios de valor —ni tampoco la tecnología que la aplica, claro está—, pudiéndose hablar de una “conciencia ética” de la Ciencia, como lo señala Juliana González. A través de dicha conciencia, se puede afirmar que, como sociedades responsables, tenemos el derecho y la obligación de “asegurarnos” de que las tecnologías usadas en la agricultura sean las que brinden mayores beneficios, entre ellos la protección y conservación del medio ambiente y la biodiversidad, reduciendo y mitigando en todo lo posible los riesgos o impactos negativos de sus aplicaciones, aceptando el hecho de que el riesgo cero no existe.  

 Finalmente, es justo reconocer el importante rol de los pueblos y comunidades indígenas en la conservación de la biodiversidad y la producción de alimentos, al intercambiar y sembrar semillas que generan mayor diversidad biológica y ser verdaderos custodios in situ, incluso, de especies que carecen de valor económico pero gozan de un gran valor cultural para dichas comunidades. Por lo anterior, considerando que son garantes de la biodiversidad y productores de alimentos, se debe respetar su derecho a ser previamente consultados en la toma de decisiones, incluyendo las relativas a la aplicación de nuevas tecnologías, que puedan favorecer o afectar ese rol. No respetar su autonomía en términos éticos redundará en la pérdida de diversidad genética y menor producción de alimentos.  

En conclusión, puede decirse que una producción agrícola más ética se compone, entre otros posibles elementos, por el reconocimiento de la importancia de la diversidad biológica para la seguridad alimentaria; la asunción, por parte de los productores, de la responsabilidad ética que conlleva la actividad agrícola; el desarrollo y uso de tecnologías con conciencia ética, es decir, producto de una reflexión previa y profunda sobre sus beneficios y posibles impactos negativos, y la aceptación y el respeto del papel de los pueblos y comunidades indígenas en la conservación de la biodiversidad, así como en la producción de alimentos, para lo cual es necesario brindar apoyo a los pequeños productores y nuestra sensibilización como consumidores para apreciar lo local. 

Fuente: Animal Politico

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04/11/2020 19:20

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